“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

domingo, 5 de julio de 2009

CRITICA







LA DUDA

Director: John Patrick Shanley – 2008


ERROR INDUDABLE

“Hoy más que nunca (...) la sociedad necesita doctrinas fuertes y consecuentes consigo mismas. En medio de la destrucción general de las ideas, la afirmación sola, firme, densa, sin mezcla, logrará la aceptación. Las transacciones se hacen cada vez más estériles y cada una le arranca un jirón a la verdad (...) Mostraos pues (...) tal como sois en el fondo católicos convencidos (...) Hay una gracia unida a la confesión plena y entera de la fe. Esta confesión, como dice el Apóstol, es la salvación de los que la hacen y la experiencia demuestra que lo es también de aquellos que la escuchan”.

Dom Guéranger, El sentido cristiano de la historia.

Basada en una exitosa y premiada obra teatral escrita por el mismo director que la fotografió, obra que llegó a presentarse en esta castigada y triste Buenos Aires (protagonizada por la actriz de “Camila” y un actor de televisión), “La duda” presenta el enfrentamiento entre el párroco de una escuela católica del Bronx neoyorquino (Philip Seymour Hoffman) y la Madre Superiora que la dirige (Meryl Streep), durante el año 1964, bajo el influjo del Concilio Vaticano II y la muerte del presidente Kennedy.

La imagen sirvienta de la palabra

Como hecho artístico, sus méritos son escasos, ya que la fuerza de la misma película reside y depende de los diálogos y las actuaciones, por lo que mucho se ha hablado de “duelo actoral” y cosas por el estilo. De acuerdo a este planteo, poco le ha quedado por hacer al autor de la obra: la puesta en escena es obvia y remarcada (planos oblicuos para “enrarecer”; una alegoría para mostrar un sermón “porque queda lindo”, etc.), pero, la obra en sí no pedía sino una mayor rigurosidad dramática y estilística que sólo el cine clásico podría brindarnos, porque además la rigurosidad del planteamiento estaba dada por una certeza –equivocada o no, pero certeza al fin- que permitía involucrar al espectador con lo que se le contaba. La misma duda que tiene el autor en la concepción de la obra –fruto de un espíritu dividido como lo es todo espíritu liberal- se traduce en la falta de convicción para afirmar algo. El film nos deja fríos porque no hay empatía con los personajes y porque lo que parece haber en juego nunca se afirma en su peligrosidad para las almas. Gran error del autor porque para que el espectador siga la historia debe contar con alguna certeza, aunque luego sea desmentida por alguna otra. Esa falta de certeza es la que deja fríos hasta a los críticos progres, que no saben para qué lado agarrar a la hora de comentarla.

Frutos del Vaticano II

Pero, si insignificante artísticamente, el film es una ejemplar muestra que reafirma una vez más cuáles han sido y cuáles son los frutos del Vaticano II. Entre esos frutos, este film y el ambiente que recrea. La escuela es un pastiche modernista vergonzoso, donde los niños y las niñas –ya en franca rebeldía- aprenden juntos a bailar bossa-nova ante el aplauso de estúpidas monjas, que luego les enseñan, sin autoridad alguna, las “sabias” palabras del presidente masón Roosevelt, entre otras nocivas y banales noticias. Esta falta de rigor doctrinal, intelectual y disciplinario se contradice –aparentemente- con el carácter de la Directora, la Madre Aloysius, rígida, conservadora, autoritaria, astuta, avinagrada, a veces puritana, y que ya desde el principio es presentada como un ogro. El director dirá luego que en la película quiso rectificar ese estereotipo que planteaba al comienzo, pero si la monja tiene más cualidades que el cura y los demás, se irá viendo luego más bien que se pliega secretamente a esa confusión general, escuchando en secreto la radio o permitiendo la presencia de la televisión; pero, para mostrarla afín al personaje del comienzo, se la verá mintiendo, y apretujando un crucifijo afirmando que iría hasta al infierno con tal de detener al cura, del que por cierto no tiene pruebas de nada, por lo menos en cuanto a su conducta.

El cura, por su lado, queda bien presentado –para quien quiera verlo- ya desde el sermón del comienzo: un progresista que apela al discurso sentimental para disimular su flojera doctrinal, que quiere “una educación progresiva y una Iglesia compasiva”, que opina que “la Iglesia debe cambiar”, que “hacía falta más libertad” (pero “la pasión por la libertad debe ir a la par con la pasión con la verdad”, como dice Andreas A. Böhmler) y que le dirá más adelante a la monja que “no dejaré que deje esta parroquia en la Edad Media”, porque hay que “reconocer que es un valor dejar un lugar abierto para el debate, para la reflexión, para sacar conclusiones”. Así, “mientras brutalmente ignora que el medioevo y la disputatio son sinónimos” (al decir de Caponnetto sobre ignorancia similar del porno-cipayismo de Andahazi en reciente “polémica”) se da otro rasgo típico de los modernistas, pues habla de compasión y ataca la época de esplendor de la Iglesia, donde florecieron tantos santos y obras de caridad, de saber y de belleza. Dice el cura, en un sermón subversivo donde no sólo no predica la palabra de Dios, sino que ni siquiera menciona una sola vez a Dios (y sí a Kennedy como si fuera poco menos que un dios): “La duda puede ser un lazo tan poderoso y sostenedor como la certeza”,y, más luego: “Un adulto debe aprender a vivir en la duda”. No se trata de proponer la duda metódica de Descartes (aunque de ahí puede venir la cosa), sino afirmarse en un estado de inseguridad porque se duda de la verdad. Al dar el sermón el cura parece inseguro respecto de su fe –evidentemente muy pequeña-, y lo que hace escandalosamente –sin que nadie excepto la Madre Superiora se percate- es trasladarles esa duda e inseguridad a los fieles. Ya está en él esa mentalidad católico-liberal que hoy lo inunda todo, y de la que el Padre Clerissac decía que es “una falta de integridad del espíritu”:

“Esta falta de integridad del espíritu en las épocas del liberalismo, se explica del lado psicológico por dos rasgos manifiestos: los liberales son receptivos y febriles. Receptivos porque asumen con demasiada facilidad los estados de espíritu de sus contemporáneos; febriles porque por miedo de contrariar esos diversos estados de espíritu, se encuentran en continua inquietud apologética; parecen sufrir ellos mismos las dudas que combaten; no tienen suficiente confianza en la verdad; quieren justificar demasiado, demostrar demasiado, adaptar o incluso disculpar demasiado”.
(Humbert Clerissac, cit. por Mons. Marcel Lefebvre, “Le destronaron. Del liberalismo a la apostasía. La tragedia conciliar”, Cap. XVI)

Se hace patente en la película que el mundo que conoció la vieja Iglesia –representada por la agria Madre Superiora- se está viniendo abajo: la introducción de novedades en la enseñanza y entre el alumnado; el viento impetuoso que sopla y obliga a la monja a cerrar las ventanas; la caída de las ramas de los árboles; las monjas viejas y ciegas que se caen y se golpean. Se muestra un ambiente decrépito que ya no va más, y que por lo tanto debe cambiar. Uno de los agentes de ese cambio es el sacerdote sospechado, que trae la convicción del cambio, febril pero confusamente (el juguetito que le regala al niño negro, indirectamente, podría simbolizarlo bien: el movimiento permanente). Ese ambiente es reflejo de la nueva iglesia que se estaba implementando en el Vaticano II. Ya desde el vamos se ve –nosotros lo vemos- que va camino al fracaso, que no tiene atractivos ni la fuerza de la verdad. Por eso el director no puede levantar al cura ni a su film, como los curas progres y “nuevaoleros” (como los llamaba Castellani) no atraen al pueblo. Es la inanidad absoluta, la posibilidad de que el cura sea un pedófilo lo mismo que un pastor que ama a sus ovejas –la misma posibilidad e irresolución, todo es lo mismo como en un cambalache.

Por eso se hace indispensable conocer y estudiar el liberalismo católico y, en detalle, el Vaticano II. Veamos este aspecto del mismo, en un artículo escrito por Louis Hubert Rémy:

“Fue la inconmensurable victoria de los liberales luego de cien años de luchas encarnizadas.
El Boletín del Gran Oriente de Francia –nº 48 de Noviembre-Diciembre 1964, página 87- cita como referencia de “posiciones constructivas y nuevas” esta intervención, hecha durante la tercera sesión del concilio por un joven obispo que hizo luego una carrera notable: “Es necesario aceptar el peligro del error. No se abraza la verdad sin tener una cierta experiencia del error. Es preciso entonces hablar del derecho de buscar y de errar. Yo reclamo la libertad para conquistar la verdad”.
Esta declaración agradó tanto a los francmasones que la subrayaron. Y ella es muy grave.
Es de Monseñor Wojtila, obispo de Cracovia, y ella explica su carrera y su comportamiento.
Para un católico, no es la libertad la que engendra la verdad: es Nuestro Señor. No es la libertad la que está primero y originará la verdad, sino que es la verdad la que libera:
“Si permanecéis en Mi palabra, sois verdaderamente Mis discípulos; conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres” (Juan, VIII, 32).
(...)
El orden es: 1º, Jesucristo, enseñado por la Iglesia católica; 2º, la Verdad segura, 3º, la Libertad.
Pero la secta liberal conciliar la gradación que predica es: 1º, la libertad, 2º, la verdad; 3º, Jesucristo.
He aquí la estafa.
Este nuevo orden es falso, pues si colocamos la libertad en primer término, no tendremos siempre en segundo la verdad, sino la Verdad y/o el error. Esto es lo que los verdaderos iniciados saben, y es con este artificio que impusieron su iglesia liberal conciliar, destructora de la Iglesia católica.
Se pueden distinguir cinco fases en su proceso:
a) Al principio se pide “el derecho de buscar y de errar”.
b) Luego son enseñados errores al mismo tiempo que la verdad, y los pocos combatientes por la verdad son marginados.
c) Después se descalifica la verdad, se la declara superada, se la vuelve anodina y se hace pasar al error por la verdad.
d) A continuación la verdad es perseguida hasta su total desaparición: los demonios asesinos suceden a los demonios mentirosos.
e) Y finalmente, es impuesto el reinado del error”.
(“Vaticano II: El concilio liberal”, en Revista Custodia de la Tradición Hispánica, Nº 5, Junio de 2003)


La película plantea este contraste entre la Nueva Iglesia representada por el cura progre y amable –pero del cual no hace un arquetipo, ¿cómo podría, si eso sería afirmar algo, en todo caso una forma de amor por la Iglesia?- y la Vieja Iglesia encarnada por la monja que no se adapta del todo a los nuevos tiempos (para graficarlo el director hace que cada vez que puede la monja cierre cuanta ventana encuentre abierta). Pregunta pertinente: ¿Por qué la película no hace directamente del cura un héroe o un pedófilo? Lo primero por obvias razones ya sugeridas: sería hacer propaganda a favor de la Iglesia, cosa hoy políticamente incorrecta, inasimilable hasta para la misma Iglesia conciliar que no desea confrontar ni convertir a nadie. Lo segundo tampoco porque con que muestre claramente esa posibilidad le basta y sobra para levantar las sospechas sobre todos los sacerdotes. En este caso la duda es más eficaz corruptora que la aserción, si pensamos que la película se dirige también y fundamentalmente a los católicos.

La duda

Cuando el cura habló en el sermón de las virtudes de la duda –que no es, aclaremos, el “examinad los espíritus si son de Dios” de San Pablo, sino el dar un lugar positivo a la incertidumbre de estar o no en el error o la verdad-, el cura lo que hace es colocar una duda en la mente de la monja. Y es esa duda la que terminará resquebrajándola y hundiéndola al final. Es decir, que sembrando la duda la Iglesia Nueva quiebra a la Iglesia Vieja (cuando esta Iglesia Vieja no es capaz de sostenerse y equivoca los caminos para corregir a la Iglesia Nueva, si es que puede). Porque entonces parece que, al tener la Iglesia Vieja dudas, no tiene tan clara su forma de actuar. Interesante ver que de un sermón ambiguo y pueril del cura la monja trasladó eso a una sospecha de conducta ambigua. No es caprichosa la asociación que la monja hace entre la falta de doctrina y una posible falta moral. Una cosa va junto a la otra. El sacerdote ya no cree porque no ama. Por eso los Santos han sido no sólo caritativos, sino campeones de la fe íntegra y la sana doctrina. En cambio, los repetidos llamados al “cambio” y al “amor” de esta mentalidad son mucho más graves en sus consecuencias de lo que el film es capaz de sugerir, aunque su ambiente recrea entonces el comienzo del horror que hoy se vive:

“La mentalidad progresista en la Iglesia de Cristo ha enturbiado gravemente la conciencia cristiana con la falsa libertad ideológica que estimula la rebeldía y deprime la obediencia en el ejercicio de la libertad.
Son muchos los sacerdotes, casi siempre jóvenes, que insisten en condenar a la Iglesia preconciliar que llaman Constantiniana, como la Iglesia mediatizada por el poder político y comprometida con intereses temporales. Desbordan caridad hacia los enemigos de Cristo, pero no disimulan su odio hacia los hermanos en la Fe que no comparten su frenesí innovador, so pretexto de “aggiornamento”. Sostienen temerariamente que el cambio es el signo de la Iglesia de hoy; pero no se refieren jamás a lo que permanece. De este modo apartan la atención de los fieles de lo que es sustancial en la doctrina y en el gobierno de la Iglesia de Cristo, para aplicarla entera a la circunstancial, múltiple y variable. Cunde el menosprecio de la Palabra de Dios y de su Cátedra de la Unidad así como la desobediencia a la jerarquía. Frente a los excesos del autoritarismo se ha pregonado que la libertad es un bien supremo del hombre, promoviendo una ética personalista, anárquica y subversiva. Los excesos de este libertismo moral, impulsan dialécticamente a la expansión de la violencia y del terror en el mundo entero”
(Jordán Bruno Genta – “Principios de la política, Ed. Cultura Argentina, 1978)

La duda es lo que propone el progresismo o modernismo religioso: dudar no de lo accesorio, sino de los principios, porque el hombre es “soberano”. Todo es puesto en tela de juicio, en nombre de la “Tolerancia”. En eso la película es explícita. Pero, como dijo el Cardenal Pie, “sacrificar la verdad a la tolerancia es forzarla al suicidio”. Es precisamente la actitud ambigua –antes doctrinal que moral- del cura la que desencadena todo el conflicto de la película, reforzado luego por varias actitudes ambiguas producto del ambiente de rebeldía inoculado en los alumnos del colegio. Pero el autor del film deja el asunto doctrinal de lado, porque no se anima o no le da el cuero para afirmar una fe católica que no tiene. De hecho, si incluye un niño negro en el centro del drama es porque él mismo ha sido una oveja negra, ya que la película tiene un marcado contenido autobiográfico, según confiesa el director, y fue él quien siendo monaguillo tomó el vino de misa y quien fue expulsado del coro, entre otras cosas que cuenta divertidamente en el material adicional del film en su formato en DVD.

Cine testimonial

Este señor tan sabio y riguroso para quien el Santo Cura de Ars vivió en la Edad Media (sic), que no tiene en mente sino vaguedades acerca de la libertad que debe reinar en la Iglesia, que confiesa que se puso el nombre de confirmación Patrick por un protagonista de la independencia (norte)americana llamado Patrick Henry que es exaltado por una famosa sentencia que incluye en la película: “Denme la libertad o denme la muerte” (lo cual traspolado a la Iglesia no tiene sentido, o un contrasentido cuyo sentido sería “Denme la libertad para la muerte”), este multipremiado y exitoso dramaturgo viene a meterse con la Iglesia sin que nadie diga nada, dándonos un film malsano, desalentador, de una mediocridad propia de un burgués, y todo envuelto en el práctico manto de la “tolerancia”, la “libertad” y la “compasión”, pero bajo sospecha. El mismo lenguaje barnizado de caramelo (que atrae literalmente a las moscas) que vierten las monjas en las que se basa la historia, y a quienes podemos ver y escuchar en el complemento que trae el DVD, en este caso muy útil para comprender lo que el film nos presenta, en su carácter de testimonio.


El director de la película junto a una de las monjas (¡!)


“Nos dijeron que nos modernizáramos de acuerdo con la época”, dice una de estas “monjas” de la congregación “Hermanas de la Caridad”, para agregar satisfecha: “Pudimos aprender a conducir, sacamos la licencia de conducir y luego pudimos votar”. Otra aporta la típica inconsistencia modernista: “Atravesamos muchos cambios. No sólo en la ropa, sino en todo el estilo de vida. A veces desearía que alguien hiciera sonar una campana y nos hiciera callar porque me gustaría tener paz y tranquilidad. Nos rodea más ruido que antes y así que debes salir a buscar un lugar tranquilo. Creo que la mayoría de los cambios han sido buenos”. ¿A qué se debieron estos cambios? Otra “monja” responde: “Para mí, el Concilio Vaticano II fue uno de esos momentos trascendentales de la vida. Todo cambió en la Iglesia. Fue así en la congregación. Creo que nos independizamos como resultado del Concilio Vaticano II y no quiero volver a la etapa anterior. Creo que, en muchos aspectos, maduré. Entendí más claramente de qué se trataba la vida religiosa en cuanto a conectarme con la espiritualidad que fue el regalo de nuestros fundadores que se perdió en el camino”. Lamentables declaraciones que nos hacen recordar al Papa Pío XII cuando decía: “Hablaban de progreso cuando retrocedían; de elevación cuando se degradaban; de ascensión a la madurez, cuando se esclavizaban...” (Sumi Pontificatus).

La duda viene de haber roto con la Tradición, por haber perdido la fe. Una vez rotos los puentes que unían con la Iglesia de siempre, la que nos viene desde los Apóstoles, el resto viene solo. Por eso los casos de corrupción y de pedofilia se producen en la Iglesia conciliar modernista. Pero eso es algo que la película no se anima a admitir, carenciada como es de valentía, por no hablar de optimismo. Claro, el único optimismo válido es el que no mira hacia el mundo, sino el que está anclado en Dios. Por eso se llama esperanza.


Enlace:
ANCLARSE EN DIOS, “La duda” por Mons. Richard Williamson.